¿Y para que sirven? Para que tanto pleito porque se corten las pinchurrientos mangles de las lagunas guerrerenses. A primera vista podríamos pensar que es un lugar lleno de plantas que a nadie le importan, con agua apestosa con colores que van de verde –identificada culturalmente como agua puerca- a café obscuro –agua aún mas puerca- Moscos, arañas, pájaros feos y hasta cocodrilos –identificados culturalmente como “enemigos”- pululan en esos lugares en los que nosotros no se nos ocurre ni visitar. Tanto así que preferimos mejor rellenarlos y “desinfectarlos” con flit y construír encima de ellos.
Los sistemas lagunares costeros, que incluyen de manera importante a los manglares como elemento primordial, son fuente de alimento e incluso de producción de oxígeno de una manera que no lo podemos siquiera imaginar. La producción de materia orgánica vía biomasa –si, las hojitas que siempre está tirando- es una de las más altas en el mundo vegetal, superado sólamente por el fitoplancton.
En la ecuación de alta producción de biomasa se consumen grandes cantidades de bióxido de carbono –uno de los gases que refuerzan el efecto de invernadero- y tiene como producto oxígeno también en grandes cantidades.
Aquí hay que señalar tambien que estas lagunas son exportadoras de este gas vital, pues aunque pudiera uno pensar que lugares como las selvas amazónicas o la de Chiapas producen grandes cantidades de oxígeno, el consumo que tienen es igual de elevado, por lo que su contribución a la regeneración del gas de la vida a nivel planetario es mas bien modesta.
Puede parecer raro, pero considerando el volúmen de agua que tiene el mar es casi un desierto. Esta imagen que choca abiertamente contra la creencia popular de que el mar esta repleto de vida y comida en verdad tiene sus asegunes. Todos esos peces tan grandes, los cardúmenes que pintan de plateado la superficie del mar y que bendicen los supermercados con latitas que ya no tienen mucho aspecto de pescado y todos esos camaronzotes que vemos en los cocteles y platillos gourmet de los restaurntes acapulqueños están en muchos casos alimentados por los humildes estuarios que ahora talamos y rellenamos para poner hoteles, centros comerciales y viviendas de tipo social.
Cuando estos sistemas acuáticos se abren al mar, asunto que ocurre generalmente en época de lluvias o cuando los ríos que los alimentan rebasan el nivel de retención del vaso, se abre una brecha en la barrera de arena que separa el mar de la laguna. Esta es la tan afamada, peleada y promotora de conflictos apertura de barra. Y este evento señala el inicio de ciclo –si es que a un ciclo se le puede señalar un inicio- del festín alimenticio de los mares.
Este chorro de agua obscura –el agua puerca pues- fluye hacia el mar que lo espera con ansia para poder comenzar a producir. Este caldo gordo trae nutrientes que son instantáneamente aprovechados por las poblaciones fitoplanctónicas existentes en el mar y a las que ya se les había acabado “el abono”. Las pequeñas partículas de hojas en cualquier cantidad de estadíos de descomposición son también capturadas por un ejército de pequeñas bocas armadas de dientecillos y espinas que son portadas por representantes de prácticamente todos los grupos zoológicos existentes en el planeta y cuyos estadíos larvarios se alimentan casi exclusivamente de lo que sale en el evento de apertura.
Tiempo después –como en las películas- estos pequeños bichitos de material transparente que sobrevivieron y engordaron con este regalo venido de tierra firme vienen a engrosar las filas de las poblaciones pesqueras que alimentan directa o indirectamente a los pobladores de los márgenes continentales de donde vino la bendición. En un arranque de antropocentrismo podríamos declarar que el ciclo se cierra. En realidad la bomba de nutrientes que constituyen los sistemas lagunares costeros se empieza a recargar de materia orgánica para ser exportada al mar en la próxima apertura de barra.
Se ha demostrado hasta el cansancio que el volúmen de agua derramando en las aperturas de barra está directamente relacionado con el volúmen de producción pesquera del año posterior. Así ha sido desde hace miles de años. O al menos así había sido.
Los proyectos de construcción destruyendo humedales y manglares son nefastos. Se ha participado muy conscientemente en el error de hacer “intercambios” en donde se le permite a una constructora rellenar un área inundada e infestada de insectos –fuchi- a cambio de que en otro punto siembre plantitas ornamentales para el proyecto inmobiliario. Con esto “le devuelven” en especie a la naturaleza lo que le afectaron promoviendo el “desarrollo” de nuestra ciudad.
Desde el punto de vista estrictamente ecológico el resultado no es el mismo. Lo que se siembra generalmente son plantas de ornato, muchas veces exóticas, que no tienen una produccion elevada de biomasa ni tienen remotamente la posibilidad de exportarla hacia el mar.
Veámoslo de manera unitaria: por cada metro cuadrado de humedal-laguna costera en producción y exportando al mar que es sacrificado para el desarrollo de la ciudad se eliminan varios kilos de producción pesquera futura.
Veámoslo de manera unitaria: por cada metro cuadrado de humedal-laguna costera en producción y exportando al mar que es sacrificado para el desarrollo de la ciudad se eliminan varios kilos de producción pesquera futura.
Si consideramos estas lagunas como sistemas intermitentes que se cargan de materia orgánica y se descargan para reiniciar el ciclo, al momento de que se rellenan sectores, se interrumpen comunicaciones establecidas desde hace miles de años o se talan y substituyen las especies –veámoslas como piezas de una maquinaria- que son las que funcionan en ese ambiente, automáticmente se destruye la operatividad del sistema que tiene como resultado la producción de alimento en el mar.
Nuestra conciencia urbana nos lleva a pensar que si no encontramos pescado en un lugar lo encontramos en otro. Si no hay en la playa de Las Hamacas nos vamos al mercado. Y si no, a la Comer, o a Wal Mart o a Costco. Siempre encontraremos pescado. A lo mejor no entero, que era la antigua usanza acapulqueña; quizá no tan fragante como era cuando se cocinaba pescado fresco. Quizá no con la forma y con las espinas que eran características de este producto, el cual de tanto venir embolsado y en filetitos redondos hace creer a los niños de esta época que así es como está en el mar, niños que se ponen a llorar desconsolados cuando ven que pescan cruelmente un animal bonito para convertirlo en platillo.
Nuesta conciencia ecológica nos debiera señalar que cada día que vivimos en nuestra casa construída en un humedal o compramos en un centro comercial construído sobre una laguna o transitamos en una avenida inundanda en época de lluvias porque se opuso al paso natural del agua, son varias toneladas de alimento que se dejaron de exportar al mar. Y que la respuesta de la naturaleza es dejar de producir las correspondientes toneladas de pescado, camarón y otros mariscos.
Somos parte de la maquinaria, querramos o no. Si así es, seamos entonces parte de la maquinaria para que la maquinaria funcione. No solo rellenemos, construyamos y plantemos el porcentaje que nos indican los manuales de ingeniería y arquitectura para no sentirnos encerrados en un bloque de concreto. No solo compremos pescado en bolsita pensando que nunca se va a acabar.
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2 comentarios:
oye...y quien te dijo que sabias de manglares
Este artículo me encantó. Cuando fuimos el fin de semana rumbo a Puerto Marquéz, pude mirar las cosas de otra manera, me dió coraje saber que el Burguer King, la estación de autobuses diamante, el Costco, Diamante Lakes ese desarrollo que casi tapa la laguna negra, todos están construidos sobre los manglares.
Desapareciendo las especies de cangrejos colorados y grises que transitaban la carretera desde la laguna hacia el mar. Gracias por tu texto, sigue opinando Efrén.
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