viernes, 8 de junio de 2007

¡Que tengas buena mar y mejores vientos…!

Quise hacerlo, pero no pude. Discúlpame amigo, pero simplemente no pude. Tu muerte me tomó por sorpresa en medio de otra muerte de la que todavía no me recuperaba, pero que como la tuya, era de esperarse. Quise decir cosas acerca de ti, de tus habilidades en el mar, de tu rostro permanentemente bronceado, de tu cuerpo hecho de ligas de acero y al que yo ví consumirse al lado del mar, pero ya no pude.

Fuiste mi amigo, al igual que lo fuiste de todos. Como mencionó tu hijo Mario, nadie tenía nada malo que decir de tí. Todo mundo habló bien de tí en vida y en muerte. No todos logramos eso. También tu hijo mencionó que viviste lo que quisiste y como quisiste y eso también es cierto. No todos logramos eso.

Acapulco era un lugar de personajes. Había buzos famosos, restauranteros, pescadores. En esquí acuático eras una estrella de primera magnitud en medio de una constelación rutilante. Y con ese estilo, haciendo subrehumanos esfuerzos de atleta sin nunca perder la sonrisa. Ese era Bono. Y aparte era maestro. Y maestro de muchos. Desfilaron por ahí estrellas de cine, mandatarios, reyes y nobles, gente común y muchos acapulqueños. Bono fue tutor de multitudes que desde donde estén se lo reconocen.

Navegante solitario en el mar y en la vida, mi amigo fue pionero de los deportes acuáticos en México. Ya peinando canas salía en comerciales de televisión compitiendo hombro con hombro con jóvenes por lo menos 20 años menores que él y los ponía en dificultades al buscarse lugar en los podios de premiación. Ahí lo veíamos, ahí estaba Bono.

Ah, pero Bono no era una perita en dulce. Su carácter era duro. Como maestro era severo, exigente. Con una sonrisa helada y con una palabra afrentante buscaba sacar lo mejor de tí en el esquí y en el windsurf mientras estaba en el mar. Ya en tierra firme, ahí, en el “lugarcito de Bono”, se volvía todo amabilidad y bromas sencillas. Hombre de mar, hombre de contrastes, hombre de oleaje calmo y de marejadas destructoras. Ese era Bono.

El viento cambió de rumbo, el oleaje de dirección y se alejaron de Acapulco llevando los reflectores a otro lado. El esqui dejó de ser negocio y el windsurf dió paso a otros deportes extremos que solo piden ir sentado sobre un motor poderoso que arroja chorros de agua a gran velocidad y para los que no se requiere más práctica que la que se necesite para hacer girar la muñeca. Las estrellas, llevadas por el tiempo, apretujadas por el crecimiento de Acapulco, comenzaron su período de contracción para volver al caos primordial.


Bono se adaptó –era un hombre sumamente adaptable- y sobrevivió. De su generación sólo él permaneció cerca del mar, en ese lugar en el que las pirámides humanas y de esquiadores sobresalientes giraban una y mil veces para ser espectáculo y asombrar a todo el mundo –literalmente- en los años cincuentas y sesentas. Poco a poco, como un reloj al que se le acaba la cuerda, los que esquiaban dejaron de girar. Comenzaba el atardecer del atleta.

Sus años finales los dedicó a ser mentor de alumnos de una escuela tecnológica. Ojos jóvenes, cabezas nuevas, semillero de inquietudes fueron los oídos que atentos que seguían la plática experta de quien se convertía en leyenda. El tiempo siguió su embate contra la pared de salud que era Bono y poco a poco lo comenzó a minar y a caer a pedazos de la misma manera que cae a pedazos el Paseo del Pescador.

Ahí yo saludaba a mi amigo. Iba caminando de Manzanillo al centro y me pasaba a saludar al viejo navegante. Con ojos brillantes y la piel tirante sobre sus huesos todavía se las arreglaba para chancearme y bromear sobre su condición física y decirme que asi y como estaba me retaba a entrar al mar.

El Kaloni Kienga de Acapulco, master navegante de muchos mares y de muchas almas conocía su rumbo al ver las estrellas, al perseguir las estrellas. El sol, que lo quemó a chorros durante toda su vida. La Luna, que iluminó sus romances e ilusiones. La Estrella Polar, que le indicó hacia donde dirigir su rumbo. El almanaque de emociones y de curiosidad era el que le indicaba cuál era el siguiente puerto al que arribar.

Bono fue pionero, y como pionero señalaba el camino con su frente amplia y lisa. Ahora no fue la excepción. Te adelantas como buen pionero que eras –y que eres- y finalmente dejas la carcasa vieja en la que se había convertido tu cuerpo marchito para volver a navegar, rebosante de juventud para, ahora sí, alcanzar las estrellas. Tu mar ahora, amigo, es infinito. En el encontrarás a los que se han ido, competirás contra los grandes de todos los tiempos y bromearás con los que se habían vuelto viejos. Las olas serán los brazos de galaxias enteras y una multitud de estrellas brillarán un poco más al reventar contra los calientes gases coloridos que inundan la mar del Universo. Volverás a ser joven y volverás a ser Bono.

Eso, mi querido amigo, era lo que yo quería decir en el mar, frente a tu féretro. Y discúlpame, pero simplemente….no pude.

Viva en Acapulco: http://www.guiainmobiliaria.com.mx
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