viernes, 8 de junio de 2007
Asesina descarada.
¿Cómo llegué a ser lo que soy? Buena pregunta. Y hay una buena respuesta. Soy…como decirlo, producto de las circunstancias. ¿Mal argumento? La verdad, poco importa. Es sencillamente un argumento y ya, para quien quiera oirlo y para el que no quiera, lo mismo da. Seguiré haciendo lo mío sin voltear a ver atrás. No necesito de pretextos para matar. Y para mí lo mismo es matar poco que mucho. Y de las afectaciones que tengan que ver con estas muertes, poco me importa. Si no le importa a quien me lleva ahí para que yo mate, ¿por qué habría de sentirme culpable yo?
Como producto de la sociedad en que vivo, mi existencia cobra sentido al servir a quien me maneja, sea como sea que lo haga. ¿Hay otra manera de ver la vida? Para mí no. Solo sirvo para esto y en esto he de seguir hasta que de vieja mi dueño se deshaga de mí. O hasta que una corriente me lleve y me atore en las rocas del fondo y mi dueño me abandone ahí y compre otra nueva para substituir mi labor.
No siempre las cosas fueron así.. Hubo tiempos en los que una red como yo era algo inconcebible en la bahía de Acapulco. ¡Había tanta pesca entonces! Con una sencilla línea de mano los pescadores en el curso de una noche atiborraban sus endebles canoas hechas de troncos ahuecados a fuego. Huachinangos, pargos, cabrillas, agujones. Cocineros, ojotones, chancletas, mojarras. La gente acudía a las playas a comprar a precios irrisorios la abundante e indiscutiblemente fresca captura del día y las noches del puerto se llenaban del olor a pescado frito que se difundía en el tibio aire nocturno.
Poco a poco las exigencias de los novedosos restaurantes turísticos porteños presionaron a los pescadores de línea para incrementar sus capturas y ellos le hicieron como pudieron.
A muchos años de este proceso y a muchas generaciones de explotadores del mar, la pesca comenzó a escasear. Una vez terminadas las especies comercialmente deseables comenzó la acometida en contra de lo que quedaba. Y empezaron a aparecer en los restaurantes las especies que jamás creímos que ahí llegarían. Tigres, trompetas, manzanitas, changos, tabaqueras, marineros. Desde las lagunas, una vez terminados los robalos, las malacapas y los cuatetes empezaron a enviar a los “renacuajiles” popoyotes, ahora componente importante de los ceviches que antes se hacían de sierra.
Y la pregunta viene…¿cómo capturar en el mar peces que viven tan cerca de las rocas, de los arrecifes rocosos, sin tanto esfuerzo? Sobre todo si hay muchos de ellos que no agarran el anzuelo. Ese fue el momento de mi nacimiento, de mi parto apresurado para venir a llenar un espacio de pesca que no podía ser resuelto de otra manera. Ese fue el momento en que aparecí yo, la Red Agallera.
Sí, yo sé que soy despreciada por mucha gente del sector pesquero. Que me culpan –con toda razón- de ser una de las causas de la perdida acelerada de capturas en el mar. Pero, ¿que puedo hacer? Me colocan tan cerca de las rocas para capturar a los peces de los que ahora se abastecen los restaurantes de mariscos y que sirven como botana de bajo precio que no es raro que me atore en los roquedales. Y no piensen que mi dueño viene a rescatarme. ¡No! Simplemente jala lo más que puede y corta para dejar abandonado ahí un trozo de red que durante mucho tiempo sigue capturando y presentando un aspecto de cementerio íctico macabro que espanta a los demás peces que frecuentan el arrecife. De esta forma ese punto pesquero dejan de ser productivo durante mucho tiempo. Y ya ni mencionemos el hecho de que hasta un buzo puede quedar atrapado de la misma forma que le pasa a un pez. Y si fuera un buzo deportivo, quiza un visitante, imagínense las consecuencias para el turismo, ya de por si de capa caída en el puerto.
Ha habido grupos que han protestado en mi contra. Me culpan de todo y por todos. Se me hace injusto. No solo yo hago lo incorrecto. ¿Que me dicen de los que capturan pez vela como especie comercial? A la fecha, por lo menos el 25% del pescado que se ofrece en el mercado es el picudo y se supone que esto no debería ser. Debido a su tamaño y al tiempo en que tarda en llegar a la madurez sexual y a reproducirse, el pez vela es una especie que no aguanta una explotación intensa prolongada. En no mucho tiempo lo veremos desaparecer de los aparadores de venta como lo ha hecho el tiburón, ahora substituído por la raya que viene a tomar la estafeta del sector de mercado del que se ausenta el anteriormente temible habitante del mar.
Que me vaya, ¡me voy! Estoy de acuerdo, soy un método aberrante de pesca, una forma de extinguir con mayor rapidez lo poco que queda, una forma desesperada de pescar y agotar lo último que queda del mar y no pensar en el mañana. Pero al irme pido que también se regule la pesca de picudos, tanto del pescador tradicional acapulqueño como de los camaroneros ahora convertidos en palangreros a gran escala.
Me voy pero también pido que los camaroneros del norte dejen de hacer arrastres cerca de la costa y de las barras, arrrasando con toneladas de fauna de acompañamiento para lograr una muy mínima pesca de camarón.
Y me sigo yendo pero también pido que se regulen las construcciones al lado del mar para impedir que en época de lluvias sepulten los lugares de refugio y crecimiento de peces y crustáceos que sólo ahí se pueden desarrollar, en los roquedales que estan cerca de la línea de costa.
Y finalmente, me voy con gusto si los propios pescadores hacen lo siguiente: vedar la zona de arribo de ojotones, anchoveta y birlís y que se encuentra entre el Tacos & Beer de Las Hamacas y el Gigante de la Costera.
¿Y por qué se habría de hacer algo así? Estos peces pequeños, forrajeros, sirven de alimento para especies mayores, como sierras, jureles y otros. Si se permite que se conserve una gran abundancia de los peces pequeños, es lógico que los grandes vendrán por ellos y se recuperará en parte la captura de especies comerciales en la bahía de Acapulco. De cualquier manera, cuando se sacan redes llenas de estos peces chiquillos el precio se derrumba y se termina rematando el producto a precio muy bajo. ¿Qué caso tiene? Mejor se invierte un poco para ganar otro poco más.
Por último, los supuestos “dueños del mar” son los que deberían iniciar este movimiento de vedas controladas. Finalmente son los que se benefician con el producto, porque a los demás dueños –los otros 80 y tantos millones de mexicanos- no creo que nunca les haya tocado nada.
Si todo esto pasa, no me importaría desaparecer. Sabría que soy producto de una actitud desesperada y que algún día iba a suceder. Mi cometido habría sido cumplido y habrá sido enseñar al pescador que es él mismo el que tiene que cuidar sus recursos porque…¡nadie más lo va a hacer!.
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