viernes, 12 de septiembre de 2008

Defiendo sirenas.


Un ejercicio onomatopéyico.

Comienzo con una excusa para justificar haber tardado tanto en publicar esta participación, puesto que el tiempo para la opinión sobre la ahora bien nombrada “Feliciana” ha pasado. Pero considerando el final, lo que no quisiéramos volver a sufrir como alcalde y teniendo en puerta elecciones, me atrevo a reciclarlo y presentarlo ante ustedes. Por cierto Félix, nos quedaste a deber el parque de Los Lavaderos del barrio de Manzanillo. Que esto te sirva de recordatorio y muestra de repudio por parte de un ciudadano que tuvo que confiar en tí.

Y yendo entonces al tema..¿por qué, me pregunto yo, por qué todo mundo ha externado tan mala opinión sobre la sirena de la costera, esa sirena “costeña”, la gorda que pusieron en medio de la muy irónicamente nombrada “Vía Rápida”? ¿Será un ataque mal intencionado al gusto cosmopolita y delicado de nuestro cada vez más errático alcalde calentano? ¿Será que la gente de Acapulco no tiene un sentido cultural lo suficientemente desarrollado para poder calificar si en su avenida principal decide dar la bienvenida –o deplorar- a esta muestra de arte que pretende dar realce (?) a la ciudad.

Visto que ya hasta varios ciudadanos que nunca escriben lo han hecho –y bastante bien por cierto- en contra de la gordis, decidí ponerme del lado de la sirena para defenderla, en lo defendible que pueda tener, y subrayar tal defensa con expresiones entre paréntesis, para que si no es bien recibido el artículo, por lo menos sirva para que los niños del puerto practiquen sus ejercicios de vocalización como en aquellos viejos cuadernos onomatopéyicos en los que varios de la generación que ahora escribe en prensa aprendimos las vocales, las sílabas y varias combinaciones entre ellas. Es indispensable, al vocalizar, que la “a” se pronuncie dejando caer largamente la mandíbula, la “e” estirando bien el cuello, la “i” juntado los dientes, la “o” haciendo un círculo perfecto con la boca y la “u” estirando bien la trompita. Comencemos.

¿Por qué –retomo- por qué no la quieren? Es, como califica el alcalde a los que lo tildan de foráneo y por lo tanto de no querer al puerto, un acto de intolerancia –uuuuhhh- en contra de su artista consentido –ppprrrtt- por parte de los acapulqueños que se atreven a expresar su opinión, demostrando así su intolerancia.
¿Quizá es que, en uno de los arrebatos que constituyen su forma normal de proceder, decidió hacer una campaña –ajaaaa- en contra de la obesidad, y para tropicalizarla –oooohh- en lugar de poner una gorda común y corriente, la convirtió en sirena y aparte costeña –como si pudiera haber de otras- para que nuestra gente se identifique con la imagen? Así, cada mujer que pase por ahí la verá sin duda y será un recordatorio fugaz de cuál es su futuro si le sigue entrando con fe a las cocas, a las picadas, a las quesadillas y a los tacos fritos en manteca de cuche. Con esta inteligente estrategia-mmjjmm-, nuestro alcalde, siempre preocupado por los acapulqueños –prrrrttt- ataca de raíz el problema de los obesos -ooooohhh-, que sabemos es uno de los promotores de la diabetes, una de las primeras causas de muerte en nuestro país. Nadie se lo entendió así-¿eeehhh?

Pero creo que el punto central del asunto no es ni siquiera la, a estas alturas, muy abollada sirena. Al fin y al cabo, cada quien hace lo que quiere y le llama como quiere. Además, ¿qué tiene de malo? Tá gordita, sí, tiene cara inexpresiva, así como la de la bruja del mar que salía con Popeye –jaaaaa- pero fea así fea que digamos, no está. La belleza es un asunto que tiene que ver con cultura –prrrtttt-, gustos personales –jeeeee- patrones sicológicos –jiiiii- preferencias sexuales –¿queeee?- y fines reproductivos –juuuu-.

El punto de quiebre, es, sin lugar a duda, la base en la que está montado nuestro querido mamífero acuático. No estoy enterado de cuál fue la fuente de inspiración del autor, ni siquiera si alguien que con ánimo de boicotearlo se dedicó a hacerle la maldad diseñándole la –guaaaaccc- base, cruza barragana de barda de lote baldío, camellón y pastel de quinceañera hija de nuevos ricos, que, dicho de manera discreta, es una interpretación muy personal de la belleza.

Con respecto a este último adorno –la base- que resalta aún más la imagen de la sirena -iiiihhh-, he tratado de imaginar cuál fue la chispa de inspiración que le hizo ver la luz. Fue quizá una pila de lodo y piedras –fuooossshh- que arrastraron las lluvias torrenciales más recientes. O quizá fue la contemplación intensa de la parte trasera de una vaca – floooc- en el muy natural acto de defecar. Probablemente, a la manera en que el genial Isaac Newton al ver caer una manzana de un árbol le llevó a toda una serie de razonamientos que le llevaron a dilucidar la Ley de Gravitación Universal, el artista que ideó la base le tocó atestiguar la caída de una bella y cachetona guanábana –ploooc- desde varios pisos de altura. Uno más político le podría apuntar el momento de inspiración en las últimas elecciones internas del PRD, en las que las pilas de estiércol –guaaac- se apilaron hasta el cielo, justo de la manera en que la base de nuestro querido monumento lo hace en mitad de la Costera. O quizá todo este asunto es uno más de los trucos baratos de nuestro calentano de cabecera para distraer la atención del ciudadano lejos del pobre estado en que queda nuestra ciudad –uuuuhhh- ya estando próxima su partida.
Pero ya pues, suelten a la pobre sirena. ¿Que tienen en contra de los gorditos, sean acuáticos o terrestres, de bronce o de carne y hueso? También tienen derecho-uuuuh- dirían los que siempre pelean por la diversidad –mmmjmmm- siendo al mismo tiempo intolerantes, y se pueden poner ellos y los que quieran en donde quieran, sea plaza pública, accesos a la playa, playas, mitad de la Costera. El caos total para heredar a los que vienen. Los que llegaron para lucrar, diciendo que llegaron para ayudar-prrrttt-y porque quieren a nuestra ciudad, están haciendo sus maletas porque ya se van.

¡Acapulqueños, dejen a la sirena Feliciana ahí! Es un recordatorio, una advertencia de que hace años Acapulco –uuuuhhhh- era como la sirena que está en Sinfonía del Mar, esa que baila con el delfín al son de narco-corridos y chasquidos de botellazos en las tibias noches del puerto, esa que se ve esbelta, atractiva, seductora y a la cual todo mundo quería tener. Hoy, después de años de tolerar a los intolerantes y revoltosos, tenemos en este monumento lo que nos queda del Acapulco de antes: una sirena fofa, sin ánimo ni para expresar emociones, caderona y deforme, víctima de sus propios vicios y excesos al grado de ya no poder siquiera levantarse para seguir luchando, montada en una gran pila de majada salpicada de estrellitas de plástico en substitución de las naturales, pregonando ahí en medio de la Costera, qué es lo que queda de Acapulco después de la última administración municipal.
¡Salud, gorda, que nos recuerdas lo que ahora somos!

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