domingo, 26 de agosto de 2007

Seco, seco….


-¡Ya, despierta…- me sacudió mi coordinador con rudeza -, ya son las 3 de la mañana!
Me desperté adolorido, después de una noche de vueltas sin dormir, con la exageración de calor que ahora es la norma en todo el planeta, y con la boca seca. Si… seca. Igual que el mundo que me esperaba afuera del refugio subterráneo.

-Te toca…no te hagas. Tienes que volver antes de dos horas….no has completado tu cuota de “Ella”.

Era tan escasa, tan preciada, tan afanosamente buscada y tan dificultosamente conseguida que no se atrevía uno siquiera a llamarla por su nombre: era el Agua.

Mi aprendiz me ayudó a ponerme el engorroso traje concentrador, lleno de conductos y mangueras que recuperaban la humedad de mi respiración, sudor, excremento y orina para después de filtrada guardarla en un pequeño recipiente de medio litro cuyo contenido en la actualidad llegaba a costar más que lo que antaño costaba una “casa”, que según nos platica nuestro tutor de historia antigua, eran receptáculos en los que vivían nuestros antepasados en la superficie.

Tan grandes como una de nuestras mayores cuevas, construídas con mezclas de polvos de roca que la incluían a Ella y -aunque muchos de nosotros no lo creemos- con tubos de metal o plástico en su interior que permitían que saliera continuamente y que la gente se limpiara con Ella hasta 3 veces al día, lavara sus trastos, sus vehículos motorizados y muchas otras cosas más para después dejarla correr libre por la superficie del suelo –¿lo pueden imaginar..?- hasta el “Mar”, lugar mítico a donde se creía que se reunía toda el agua del mundo después de que la usaba la gente, de un bello color azul, inmenso, tan grande que se podían mover casas flotantes en él con miles de personas encima de ellas.

Conforme me acerco a la superficie el calor se empieza a hacer cada vez mayor: 40, 50 60 grados centígrados…. Tenemos informes de que ayer la temperatura llegó casi a 130 grados, y aún no llega el verano. Veo otros rostros; ojerosos, delgados, resecos - así debo verme yo- nerviosos por salir a la superficie.

La semana pasada no regresaron dos de los nuestros, y ni siquiera se pudo rescatar el depósito de Ella que llevaban consigo, asunto que se convierte en consigna principal cuando el compañero de al lado es abatido; solo sus trajes, con sus cuerpos rígidos y totalmente secos, fueron recuperados. Sus familias tendrán que trabajar lo que les reste de vida para pagar la multa por el agua que se perdió con su muerte, pues la Autoridad del Agua castiga severamente cualquier pérdida de Ella. Hasta con la muerte.

Aún recordamos el caso de la esposa de nuestro amado Gran Líder, que en un ataque de algo que sólo pudo ser locura, se atrevió a lavarse con un cuarto de litro de agua y una bolsita de shampoo comprado en una subasta de reliquias de la Época del Agua Abundante, su cabello largo y reseco. La Autoridad del Agua la condenó a pagar con su vida, más bien con su agua, su violación irracional a la ley.

Se extrajo cada gota de agua de sus fluidos corporales para recuperar la que con su superficialidad había desperdiciado, en una lección de disciplina que hasta ahora no hemos olvidado. Nuestro líder, apenado, hubo de buscar una nueva pareja, aunque resultó raro para muchos de nosotros que la escogiera tan joven.

Busco entre la multitud de cascos y distingo el de color blanco con franjas rojas y verdes de nuestro sargento; una calcomania despostillada de un águila – animal mítico que podia volar- separa ambos colores. Me mira por un instante y veo en sus ojos la mirada vacilante de la desesperación.

-Atención, escuadrón de ratas-canguros– nos atronó su voz por los auriculares de los cascos - Nuestra misión consistirá, como siempre, en perforar la cubierta de concreto del Acuífero Río Tijuana y extraer cuanta agua podamos cargar con nosotros. Cada uno de ustedes –se volteó en redondo para asegurarse de ver a los ojos de todos- debe regresar con por lo menos 100 mililitros que serán abonados a su cuota catorcenal de contribución comunitaria. Regresar con menos que eso los podría exponer a que se completara con agua extraída de su propio cuerpo, y aquel que lo haga por tercera ocasión en menos de 14 días, será condenado a la Extracción Total, aparte de una fuerte multa a sus familias. Por otro lado, si la cuota llega a 500 mililitros, tendrán 1 mes de descanso. Si llegan a un litro…– nos miramos unos a otros, sabiendo de esa imposibilidad- nunca más tendrá que salir a la superficie.

Una vez oída la letanía con la que se nos aleccionaban cada vez que salíamos al exterior, nos introdujimos en la cámara de compensación que nos separaba del moderno seol. La compuerta se cerró y los compresores se forzaron al vaciar el aire para recuperarlo, pues también el oxígeno es escaso en la superficie. Nos acercamos a la recalentada esclusa y ésta, con un silbido prolongado, se abrió para escupirnos a la superficie.

Una ráfaga de polvo y setenta grados centígrados arremetieron contra las viseras de nuestros cascos. Aún hace frío y es posible que nos desplacemos de nuestro refugio a la línea. Nos movilizamos rápida y torpemente con nuestros trajes que nos dan el aspecto de muñecos hinchados, arrastrando tras de nosotros los taladros neumáticos que nos ayudarán a hacer mas rápida nuestra labor de perforación.

Los vigías continuamente otean el horizonte con sus binoculares para detectar la llegada de los “Ratonzotes” –como llamamos, con una mezcla de familiaridad y temor, a los Guardianes del Acuífero- pues últimamente se han convertido en un peligro máximo. Ya no se contentan con arrollarnos con sus vehículos blindados. Ahora también recuperan el agua de nuestros cuerpos usando la Extracción Total. Sus vehículos nos cazan, pelan brutalmente nuestros trajes concentradores y extraen por un método para nosotros desconocido toda el agua contenida en nuestras células en menos de tres segundos, arrojando tras de sí una cáscara momificada de lo que fuera un cuerpo humano, un hermano de nosotros, un……un recipiente vacío de Ella.

Una hora...una hora quince…parece que estamos de suerte. La perforación avanza rápido y estamos a menos de medio metro de empezar a sacar el agua. El sol comienza a asomar con un extraño fulgor difuso por el horizonte, manchando de claridad el paño plomizo que es la noche que se extingue.

Lenta, muy lentamente se empieza a distinguir un rumor diferente al zumbido del taladro neumático. Es un rumor sordo, profundo, característico… Súbitamente, saliendo de la nada, reflejando el primer rayo de sol en su bruñida superficie, un Ratonzote brinca de una duna cercana y cae chirriando sus orugas de metal casi en medio de nuestro grupo. Corremos despavoridos pero ya el aparato infernal ha capturado a uno de nosotros, el aprendiz que no supo para dónde correr. Con movimientos relampagueantes que quebraron su joven tórax, las pinzas aceradas del Ratonzote lo introducen en su cuerpo de metal y vidrio y segundos después escupe por su parte trasera una carcasa seca y obscura. El terror nos congela a la vista de nuestro destino inmediato. Otros Ratonzotes nos rodean y nos cortan el paso.

Un rata-canguro más cae y es engullido con glotonería por una máquina para de inmediato buscar otro. Unos brazos se cierran alrededor del compañero que tengo al lado cuando fallan un intento por atraparme y veo el terror del sargento al saberse perdido. Le arranco su depósito de agua justo antes de que sea aventado al interior y ruedo por debajo de las orugas de metal con la rapidez y exactitud de movimientos que otorga el miedo cuando se busca salvar la vida.

Después corro, corro y corro con desesperación al refugio. Los Ratonzotes tardan unos segundos en darse cuenta que falta uno, y apenas lo hacen, dos de ellos se lanzan haciendo rugir sus maquinas de biogás tras de mi rastro. El miedo me hace volar y alcanzo a brincar a la seguridad de uno de nuestros hoyos de topo antes de que me alcancen. Pero, con un grito que ya solo yo escuché, me golpeo la mano en la entrada y en cámara lenta me veo soltando el valiosísimo recipiente arrancado de mi ahora reseco y momificado sargento. La obscuridad acude veloz y me golpea con violencia el rostro.
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-Veo que te recuperas rápido, ratón…- bromea el médico cuando abro los ojos- Mejor que sea así.
- No creo que sea necesario informarte que no completaste tu cuota de 100 mililitros y que ya la hemos extraído de tu sangre – me informó con seriedad el médico mirándome por encima de sus gafas-. Es por eso que te sientes débil.
- Por cierto, te tengo un mensaje de la Autoridad del Agua…toma - me dijo mientras me dejaba un papel en el pecho y se alejaba para atender a otro paciente.

No había necesidad de que lo viera; sabía de qué se trataba. Era la segunda vez que no completaba mi cuota comunitaria. No habría una tercera.

sábado, 18 de agosto de 2007

Mi cascada particular.


Hoy fui a ver unos departamentos en venta, ahí por la calle La Suiza. Al ir de la calle Costa Grande hacia ellos me encuentro con un espectáculo que sólo pensé que sería posible de ver en Costa Rica o de perdida en la selva chiapaneca o guatemalteca. Un geyser horizontal brotaba de uno de los tubos de de una estación de CAPAMA y bañaba de manera hermosa la copa de los árboles que había enfrente; eran como las 7 y media de la noche.

El chorro era tan fuerte que cruzaba una calle que mide por lo menos 4 metros de ancho y la altura que alcanzaba no era menor a esta misma cantidad. La visión de esta nube de gotas cruzando con fuerza por encima del pavimento era por demás invitadora y preocupante. Invitadora porque el calor era inaguantable. Preocupante porque uno se preguntaba “…bueno y toda esta agua desperdiciándose…¿a quien le va a hacer falta?”.

No tenía crédito en el teléfono celular así que no hablé para reportar en ese momento, pero pensé que una fuga tan importante no podía pasar desapercibida para la tan criticada paramunicipal, sobre todo, por comentario de un vecino, teniendo en ese lugar a un vigilante equipado con un radio para reportar cualquier anomalía.

En mi ignorancia actual de la problemática de CAPAMA, de la cual se cuentan cosas nada buenas (incluyendo desde calificativos ya antiguos de ser la “caja chica” de las administraciones municipales hasta la de haber colocado una cantidad absurda de “conejitas” y “conejos” con sueldos estratosféricos y no devengados –al menos fuera de una cama- pasando por acusaciones de falta de mantenimiento, de amenza de cortes de energía eléctrica por falta de pagos a CFE y otros como derechos de CNA, gobierno estatal y etcétera) yo, al igual que cualquier ciudadano común, lo único que quiero es al abrir la llave tener el servicio por el que se paga.

El día de trabajo estuvo intenso. El tráfico, imposible. Aún tenemos visitantes en el puerto y con sus vehículos engordan aún mas el ya de por sí espeso circular automovilístico de Acapulco. Los toleramos porque son los que nos mantienen. Al llegar a casa lo único que pienso es en quitarme la ropa y ¡aaahhhh…! un rico, fácil de conseguir, reconstituyente y refrescante baño en la regadera.

Ya encueradito me coloco en el medio de la ducha, giro con desesperación la llave y ¡aaaakkk….! ¡No hay agua! Voy y todavía confirmo estúpidamente en el lavabo para ver si ahí sí había agua. Nein. Compruebo con furia adonde debió haber ido el agua que ahora se derramaba por toda la calle La Suiza sin ningún provecho. Pienso que hasta suerte tienen para que no se haga pública esta megafuga, pues el agua va al cauce de un arroyo y no llega en chorros a inundar la Av. Costera. La callecita es muy discreta, así que nadie se entera de nada. Pero aún así mi tinaco estaba seco y yo pegajoso y molesto.

En un arranque de “al menos hacer algo” me pareció recordar el teléfono para hacer este tipo de reportes. Marco el 073 y el teléfono timbra en las ahora, malditas por mí, oficinas de CAPAMA.

- CAPAMA por una nueva cultura del agua, en que le puedo servir (tono institucional)
- Señorita, hablo para reportar una fuga de agua cerca de mi casa. (furia contenida)
- Ay gracias señor, me puede decir en que calle está la fuga. (preocupada)
- Si como no señorita, esta en la casa de bombas o estación que tienen ustedes en la calle. La Suiza. (cooperativo)
- ¡Ay, otra vez….! (tono de hastío) Este, bueno, sí a ver dígame. (conciliadora)
- Sí, como le decía es una gran fuga, y se esta perdiendo mucho agua. Yo calculo que se están yendo por ahí por lo menos 200 litros por segundo. (versado en el tema)
- ¿Cuánto dice…? (preocupación paternal)
- Le digo que se están perdiendo ahí por lo menos 150 o 200 litros por segundo. Es una fuga grave señorita, manden alguien rápido para arreglarla. (¡hagan algo!)

Me pide mi nombre y se lo doy junto con mi número de teléfono. Ella me agradece el reporte y cuelga después de haberme santiguado de nuevo con la frase de la nueva cultura del agua.

Me regreso a la casa y espero por lo menos una hora. Me asomo a la calle y se puede oir hasta acá el ruido del agua cayendo al pavimento. El asunto va pa’ largo. Yo sigo pegajoso, sin poder lavar mi ropa, mis trastes y mi acaloramiento costeño de todo el día. Harto de todo, tomo la unica resolución posible en estas circunstancias; el reloj marcaba las 10 de la noche.

Al amparo de un ligeramente mascullado “ingue su ma…” me enfundo en mi bikini, me enredo en una toalla y con mi jabón y shampoo en mano me encamino chancleando resignadamente a la cascada “CAPAMA” que la paramunicipal me hizo el favor de poner en mi calle. Al llegar veo que el chorro es tan violento que me tengo que buscar una orillita para que no me tire sobre la calle o me saque un ojo si pongo la cara franca sobre el surtidor.

El ambiente esta cargado de microgotitas generadas por el choque violento contra la calle y los árboles y que le da ese aroma a maravilla natural que tienen las cascadas que caen desde puntos muy altos. La ilusión es perfecta. El agua esta fresca y lava todo mi calor y mi malestar en un santiamén. Me enjabono, me pongo shampoo y puesto debajo de la cortina de agua me lavo en menos de un segundo. ¡Aaahhhh! Esto es lo que buscaba. Bendita CAPAMA que por un usuario fabrican una cascada-geyser para su muy particular y hedonista disfrute.

Pasan unos muchachos en un vochito y después de sonreir con simpatía conmigo me piden permiso para lavar su auto. ¡Adelante muchachos, el agua es suya también! Lo meten primero de frente para lavar un costado y luego en reversa para lavar el otro. ¡Presto! El carro queda instantáneamente lavado con 2,000 litros de agua en menos de un minuto. Hago el cálculo para mí y llego a la conclusión, por el tiempo en que estuve, que me bañé con no menos que 10,000 litros de agua….¡rico! A un gasto promedio de 50 litros por regaderazo se podrían haber bañado con esa agua 200 adultos…o 300 niños…o 45 elefantes o…250 taxis….o…

Ya de regreso y de buen humor, me dispongo a escribir este relato de frescura en mi computadora. Y la invitación está abierta. ¡Vecinos del Fracc. Las Playas, si el agua no llega a sus casa es porque escapa por mi cascada particular! Los invito cordialmente a que hagan uso de ella y la convirtamos en un nuevo balneario en Acapulco, para beneficio y disfrute de los propios acapulqueños.

viernes, 3 de agosto de 2007

Yo confieso haber pescado…


Si, confieso haber pescado, y mucho. Confieso haber matado tortugas, haber comido sus huevos y corales, haber arponeado grandes pargos, haber perseguido y arrasado sin piedad gallos, jureles y sierras. Los guajos de La Roqueta probaron el frío acero de las puntas de diamante de mi arpón Magnum de 250 dólares que no erraba un solo tiro. Las loras del Bajo de la Quebrada, del Hawaii y de Punta Diamante nunca fueron los suficientemente listas para esquivar mis varillazos, que muchas veces atravesaban sus cuerpos junto con la escama en la que había penetrado primero el arpón; así de duras son.

En las tardes íbamos a buscar las barracudas de El Jardín, y si no las hallábamos, de puro coraje arponeábamos de perdida 10 jureles toro por cabeza. El que agarraba menos que eso no se le consideraba “bueno” para tirar. Y si todo fallaba, quedaba el recurso de ir a la lejana Piedra del Gallo. Era el paraíso del tirador. Pargos, huachinangos, doradas, jureles, sierras de candado, salemas de altura, robalos, apariciones ocasionales de tiburones que hacían mas emocionantes las jornadas. Si…había mucho pescado. Y yo era bueno. Muy bueno para arponear. Era el final de los años setenta.

Veintisiete años después la cosas han cambiado mucho. Ahora…ahora ya no hay pesca. Generaciones enteras de pescadores y tiradores exterminamos el recurso. Fuimos muy buenos, demasiado quizá. Y se inició con nosotros un proceso degenerativo que está por finalizar. Hace años se capturaba solo el animal grande. El chico se regresaba al mar y se le permitía que creciera un poco mas. En el proceso el animal maduraba sexualmente y se reproducía, asegurando de esta manera una nueva generación de juveniles que con el tiempo podía ser explotada comercialmente.

Con respecto a la calidad había especies “buenas” y especies “malas”. Los peces de carne blanca eran los buenos: pargo, huachinango, robalo, lora, palometa, dorado. A éstos todo el mundo los quería. Los de carne obscura –roja- eran los malos: barrilete, jurel, pez vela, gallo. A estos la gente normalmente los despreciaba y sólo se les usaba como carnada o para darle sabor al caldo, debido a su fuerte aroma.

Ahora ya no hay especies buenas o malas. Solo hay las que se encuentran. Tampoco hay tamaño chico ni grande. Hay el que se encuentra. Y ningún pez es ya lo suficientemente chico. Con que sea pez es suficiente. Se le saca y se vende. Y siempre hay alguien que lo compre. El primer problema que surge es que al pez se le captura antes de que madure sexualmente y se reproduzca. Ya con eso, se debilita la capacidad de recuperación de la población de peces, pues se pierde no solo la pieza que se extrae sino que también se eliminan los millones de animalitos que pudo haber generado al reproducirse. . El segundo problema surge con la forma en que se le captura. Se está usando la red de enmalle –trasmallo le llaman aquí- fondeado cerca del litoral rocoso y de arrecifes.

La tragedia consiste en que se trata de redes poco selectivas. Esto es, agarran de todo. Y estando cerca de los fondos rocosos no es raro que al intentar retirarla se atore y los pescadores la rompan dejando un tramo en las rocas. Este pedazo de red sigue capturando peces que se sacrifican inútilmente y también constituye una amenza para especies como la tortuga marina e incluso para el hombre, pues al practicar el buceo existe la posibilidad de que un nadador quede enmallando y se ahogue antes de que pueda liberarse de la trampa mortal. Los peces detectan también esta trampa y la evitan migrando a otros lugares, bajando con esto la disponibilidad de pesca en estas zonas “de peligro”.

A continuación viene la primera pregunta estúpida que se hace uno siempre en el estado de Guerrero. Bueno, ¿qué están pen….jos qué…? ¿No se dan cuenta que están exterminando aún más rápidamente lo poco de recurso pesquero que queda? Los fondos rocosos son refugio y lugar de producción pesquera para captura y para mantener un ecosistema sano y productivo. Si se le bloquea, deja de producir. Suena lógico, ¿o no?

Y no puede dejar de hacerse la segunda pregunta estúpida que se tiene que hacer siempre en el estado de Guerrero: ¿ que la autoridad no se da cuenta y los deja que sigan destruyendo lo poco que queda? Ya, se hicieron las dos preguntas. Se ha cumplido con el ritual sureño.

Y ahí va la contestación de los que lo hacen: “Es que ya no hay pesca, y yo le tengo que dar de comer a mi familia. ¿Qué usté me lo va a resolver?” Y con ese santo y seña siguen con su explotación desmedida, acompañados con la muy tibia intervención de la autoridad que no quiere meterse en otro problema más con un sector que se ha distinguido por ser siempre muy conflictivo.

El resultado es el desplome en muy pocos años de la producción pesquera y en un horizonte cercano la desaparición total no solo de las especies consideradas tradicionalmente como comerciales, sino de todas las demás también. Antes era impensable el que se consumieran los llamados “peces de ornato” : marineritos, chopas, joyas, peces piedra, manzanitas, tabaqueras, angeles rey y similares. Ahora es lo que sirven como botana en los restaurantes de mariscos del centro, vendiéndose a precios ínfimos, lo que obliga al pescador a extraer un volumen grande para poder completar la quincena, con lo cual se acelera –mas todavía- el proceso de exterminio.

A continuación atestiguamos la forma en que los fondos de ayuda para la producción se aplican para promover la actividad pesquera. A las cooperativas se les dan motores, lanchas y redes para que sigan pescando, o sea, se aumenta el esfuerzo pesquero. Es como si en un cubeta tuviemos un puñado de canicas. Si cuatro personas metemos la mano, cada una va a encontrar unas pocas canicas. Si son 10 personas, cada uno de ellos va a encontrar una canica…o a lo mejor ninguna.

Si ya de por si hay pocos peces, ¿para que se les dan mas lanchas? ¿o por qué se les dan mas redes? La autoridad pesquera, con fondos federales, aprieta el acelerador a fondo. Que se acabe de una vez. A lo mejor cuando pase, se acaban tambien los problemas con los pescadores. A mi manera de ver, entonces sí van a empezar problemas con el sector, pues en ese muy cercano futuro sí ya no va a haber una solución posible. Y la gente no va a desaparecer, ni van a cambiar la red de pesca o la linea de mano por un mouse para ganarse la vida a la moderna.

¿Qué hacer? Lo impensable, lo difícil, lo doloroso. Se perfila en un futuro no muy lejano una veda TOTAL para intentar rescatar los recursos pesqueros de la bahía. Se tendrá en ese entonces que prohibir terminantemente que se utilicen redes de enmalle en la bahía de Acapulco y su periferia. Se tendrán que establecer sectores pesqueros en la bahía y prohibirse durante varios años la explotación de algunos de ellos con la esperanza de que se conviertan en semilleros que exporten peces a otros fondos que esten abiertos a la explotación.

Y todo esto deberá ser promovido por el propio sector pesquero, ese sector que hasta ahora solo se ha preocupado por capturar y que nunca ha sembrado nada. Va a tener que aprender a regular su propio ritmo de explotación y cuidar su propios recursos. Las autoridades no lo van a hacer por ellos.

Con suerte -y con mucho trabajo- los pescadores se tendrán que iniciar en la práctica de la acuicultura de las especies que sean interesantes desde el punto de vista comercial y para las cuales ya se cuente con la tecnología de producción en nuestro país. Ya hay algunas cooperativas –por suerte- que se han iniciado en este difícil camino y que están viviendo en carne propia el duro noviciado que les está exigiendo este vuelco diametral en su cultura productiva. Ahí la llevan, queriendo reinventar el hilo negro, pero ahí la llevan. Lo importante es empezar.

Va a resultar muy interesante ver como estos cazadores nómadas se van a convertir en cultivadores del mar y de las lagunas. Y poco tiempo les queda. Muy poco.


Asesoria legal: Colegio de Abogados