sábado, 7 de julio de 2007

Hola Restigouche.

La invitación a ir al Restigouche había sido reiterada muchas veces. Beni, buzo líder de la empresa Swiss Divers Association, había sido tan amable y me había contado tantas cosas del pecio que por fin me decidí a hacer el intento. Había que hacer una práctica previa para aprender el uso del equipo con tanques dobles y dobles reguladores también, pues debido a lo exigente de la inmersión se tenía que contar con sistemas redundantes: si falla alguno, se tiene el otro de reserva.

Fuimos al tradicional y en ese entonces cubierto de marea roja “Río de la Plata” y a sólo 27 metros de profundidad me sentí atontado por el nitrógeno respirado bajo presión. Decidimos con Beni acostumbrarme gradualmente a estos efectos anestésicos por lo que días después fuimos a hacer un buceo a la piedra de “La Cagada” y hacer un descenso a 40 metros. Hubo algo de aturdimiento pero no tan fuerte y me sentí muy a cargo de la situación. Un tercer buceo a los pocos días no fue tan profundo, pero me permitió reconciliarme nuevamente con la mar, que es celosa y severa con sus amantes que no la visitan y se funden con ella con regularidad.

Un día se apareció un cliente –Stefan- que quería bucear el Restigouche y Beni me llamó para que me preparara. Lo pensé un par de veces, dudando de mi propia resistencia, pero al final decidí que sí y le confirmé que meramente sí iba y qué, y qué, y qué…..

Cargamos el equipo en la lancha y llegados al punto –solo localizable por un GPS de mano- nos arrojamos al agua para iniciar el descenso siguiendo una línea de fondeo permanente que fue colocada por los suizos para arribar a puntos específicos del casco que descansa en las profundidades. Llevamos un horror de equipo colgado nuestros arneses: lámparas, consolas computarizadas, tanques de apoyo –spare-líneas con boyas. Beni lleva un sistema de circuito cerrado de última tecnología con un cartucho especial que remueve el bióxido de carbono del aire respirado para reciclarlo y aumentar su tiempo de estancia bajo el agua. Esto permite que su equipo de tanques dobles sean mucho más pequeños, aunque no por eso dejan de ser engorrosos y difíciles de manejar. Bajamos y dejamos tres tanques con mezcla de Nitrox al 36 % y una cámara fotográfica colgados de la línea de boya a poca profundidad esperando nuestro regreso.

Nos deslizamos velozmente por la línea guía devorando la columna de agua sobre el barco. La luz se pierde con rapidez y pronto encendemos las lámparas que llevamos. Seguimos bajando. Atravesamos una termoclina y después otra más; el agua se pone fría aunque no demasiado. Voy checando la profundidad y los dígitos aumentan sin cesar: 100 pies, 120, 140…..

Aparece un poste que sostenía el radar Sperry del Restigouche, en la parte trasera del puente. Su aspecto es común y conserva algo de pintura gris claro con manchas de corrosión que avanzan para teñir el barco de color rojizo. El profundímetro marca los 150 pies. Ocupé un buen de aire para rellenar mis alas de flotación hasta que comprobé que estaban neutrales; el agua se veía turbia y nuestras lámparas cortan a duras penas la obscuridad espesa. Estaba listo para iniciar el recorrido.

Me conozco en el buceo y sé hasta donde puedo llegar, y por el momento eso no era mucho. Me desplazo con tranquilidad, esquivando constantemente las fuertes corrientes encontradas que baten la cubierta del acorazado. Mantengo mi mano izquierda sobre la superestructura a manera de cuerda de vida que me mantenga a salvo de caer en el abismo de frío y de lodo que sé que se encuentra abajo. Con mi lámpara ilumino escenas de medio metro cuadrado que mi cerebro registra como flashazos de color rojo, amarillo y blanco de los organismos que ahí abajo viven, confirmando que el Restigouche había cumplido su palabra de convertirse en un arrecife artificial para beneficio de Acapulco, a pesar de algunos malos acapulqueños.

Mi vista al frente me trae la silueta de Beni recortada contra el resplandor de su lámpara muy apagada por la turbidez del agua. Mis aletas constantemente golpean contra Stefan dándome a entender que él está muy cerca también; así de compacto era el grupo. Cada pocos metros la lámpara de Beni apuntaba hacia arriba y hacia abajo para mostrarnos en donde se encuentran las redes agalleras que vuelven tan peligroso este buceo. Trozos de malla de muchos calibres se encuentran enganchados en la superestructura del barco y capturan de manera inútil peces que nadie come. Buzos también que se atreven a practicar este deporte de máxima emoción en Acapulco.

A ratos consulto mi consola de buceo y el último dato de profundidad que me arrojó fue la cifra de 194 pies. Casi 60 metros en el Sistema Métrico. La conciencia de la inmersión muy fuera de lo que para mí eran los límites máximos estaba constantemente presente. El aturdimiento por la narcosis nitrogénica era mayor a lo que alguna vez había experimentando, pero aún tolerable.

Constantemente me autochecaba: volteaba a ver a mis compañeros, veía mi consola, arreglaba el cinturón de plomos que se me estaba cayendo, vistazos constantes al abismo a mi derecha, vistazos a la multitud de organismos que cubren la superficie metálica del barco a mi izquierda y otra vez a checar a mis compañeros. Todo bien, a buena velocidad, en secuencia torpe pero todavía aceptable.

Dimos la vuelta al puente y al dirigirnos hacia la chimenea súbitamente una fuerte corriente nos barrió literalmente fuera del casco del barco. Nadamos rápidamente para regresar y buscar cobijo del río submarino y entonces comenzó la parte difícil del buceo, al menos para mí. Una oleada de frío obscuro invadió mi visión y se extendió por mis brazos hasta brotar por a la punta de mis dedos. Mi piernas dejaron de existir y la conciencia de mi cuerpo se replegó a sólo mi cerebro que en ese momento se debatía oprimido por la fría garra de las profundidades. Alcancé a distinguir que el miedo quiso hacer su aparición pero esto era aún más fuerte, más imponente, más agresivo que el mismo miedo, que fué sacudido con violencia y arrojado a un lado sin muchos miramientos. Me sujeté de la parte del barco que mas a mano tuve y no supe si fue metal, carne o cuerda.

Beni ya algo se esperaba y me estudiaba con detenimiento; su cara se veía plana y pálida, y con su visor y su regulador de color negro en la boca me recordaba fuertemente a la pintura de “El Grito” de Edward Munch, solo que en versión monocromática. Me aseguré de que me entendiera e hice con la punta de mi índice derecho un par de círculos en sentido horizontal que en tierra firme normalmente quiere decir “voy a dar la vuelta”. En estas condiciones y a esta profundidad quiere decir “…¡auxilio, sáquenme de aquí!”. Beni asintió un par de veces y señaló con su pulgar la superficie. Voltee hacia arriba y solo ví un poco mas de obscuridad. Stefan era sólo una sombra sin forma que yo no sabía para que estaba ahí.

Por algún lugar apareció una cuerda que se parecía de manera muy sospechosa a la que habíamos usado para descender y me agarré a este cordón umbilical viscoso que me llevaría de manera segura a la superficie. “Solo unos metros…”- me decía,- “…solo unos pocos metros de ascenso y esto desaparece…” me decía una parte racional que luchaba furiosamente con la parte animal que desbocada quería tomar control del cuerpo que alberga a ambas. Y efectivamente, el terror, el frío desaparecía con rapidez, pero el mareo no se iba.
Sigue ascendiendo…sigue ascendiendo…60 pies por minuto para llegar a la primera parada de descompresión…sigue ascendiendo…”. De repente recordé mi consola y miré el display. Cien pies todavía, ya dentro de lo que considero mi zona de seguridad pero todavía hondito. Seguimos ascendiendo; tiempo después el agua se puso caliente y arribamos a la zona de descompresión.

Beni tomó uno de los tanques con una mezcla de Nitrox y con bandolas de bronce lo sujetó a unas anillas de mi arnés. Con dos dedos me indicó que cambiara de regulador para respirar de este tanque y acelerar el proceso de desaturación de nitrógeno. La primera bocanada me supo dulzona y caliente. El mareo había disminuído a un nivel aceptable pero no se iba por completo; yo comencé a respirar profunda y pausadamente con la esperanza de que se me pasaran los efectos de la narcosis.

El plan de “Deco”, como le dicen estos buzos, consiste en estancias por varios minutos a profundidades predeterminadas: la primera es a 12 metros, la segunda a 9, la tercera a 6 y la última a 3 metros. En cada una de ellas se respira aire a presiones ambientales cada vez mas bajas y esto permite que el nitrógeno que satura la sangre y otros tejidos del cuerpo se libere gradualmente vía respiración, evitando así que forme burbujas en el interior del cuerpo. Con la organización cultural que caracteriza a los suizos me habían sujetado al antebrazo izquierdo una tablilla de plástico con la información anterior anotada con números grandes previniendo el caso de que me hubiera separado del grupo y hubiese tenido que llevar a cabo un ascenso en solitario. Los tiempos son importantes: por 18 minutos de “tiempo de fondo”, que incluye desde que iniciamos el descenso hasta que iniciamos el ascenso, necesitamos completar 40 minutos en el antes mencionado Plan Deco. Esta es la cuota que cobra la aventura.

Este tiempo es aprovechado para sacar algunas fotos con la cámara que habíamos dejado colgada de la línea de fondeo, pues no podíamos bajarla debido a que el estuche plástico que la protege no aguanta la presión del agua a más de 40 metros. Nos tomamos algunas fotos colgados de la línea, en un agua turbia, con poca luz , abrazando tanques de más y zarandeados por una corriente que nos hacía ondear como banderas aún con tanto equipo sujeto a nuestros arneses.

Ya en la superficie comentamos animados los detalles de la muy breve inmersión –solo 12 minutos- que en esta ocasión no nos premió con agua clara ni muchos avistamientos. Pero el camino estaba abierto y la curiosidad había sido fuertemente avivada. Beni me miraba con una sonrisa a medias y con chispas de humor brillando en sus ojos, pues advierte con facilidad que el alma todavía no me vuelve bien al cuerpo. De repente me espeta sin previo aviso:
“¡Que onda Efrén!….¿vamos el viernes?
Le sostengo la mirada burlona por unos segundos y pienso : “…el viernes no, pero el sábado a lo mejor sí…”
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*Un reconocimiento agradecido a Beni Hess, a Philipp Michel y a la Swiss Divers Association que han logrado como empresa ofrecer un servicio de deporte extremo en Acapulco con un nivel de seguridad muy razonable, contribuyendo así al desarrollo del submarinismo y del deporte en general en nuestro país.
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*La imagen del Restigouche hundiéndose es de Karina Tejada, fotógrafo del periódico El Sur.

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