sábado, 6 de octubre de 2007

Danielito


Danielito, como muchos, vivía en Acapulco. Al igual que muchos de nosotros nació, creció hasta sus 8 años de edad, jugó en sus parques y playas, estudió en sus escuelas y …murió en Acapulco, de una manera que han muerto muchos y seguirán muriendo con el muy desgastado argumento de chofer urbanero “que se quiteeee, estamos trabajandoooo….”

Daniel fue víctima de un sistema de cosas. Un sistema de cosas tan aceptado por nosotros como ciudadanos que no nos extraña, ni nos conmueve ni nos alerta para hacer un ligero giro en el diario vivir para darnos cuenta de que podríamos haber sido nosotros los afectados, un Danielito de nuestra familia, de un amigo o de un conocido. Llegamos, volteamos, vemos, saturamos nuestra capacidad de morbo y a continuación vamos a surtir la despensa, a recoger los niños de la escuela, a pelear con el vecino latoso o a hacer antesala en una odiosa oficina de gobierno. Desde el punto de vista de actuación como ciudadanos solo transitamos por el encarpetado asfáltico. Sólo eso.

Danielito vivía en la colonia Santa Cecilia. Es una de las colonias explosivamente desarrolladas por el crecimiento sin freno de Acapulco, el cual se dice cuenta con más de un millón de habitantes. La gente que habita ahí y en otras decenas de colonias del puerto, a falta de carro propio, se desplaza haciendo uso del transporte público. Cientos de camiones urbanos de decenas de líneas cubriendo centenares de kilómetros de rutas cumplen con la tarea diaria de movilizar a un mundo de gente, auxiliados por miles de taxis de servicio, peseros y piratas. En el proceso de transporte el intercambio de dinero es pasmoso: la apreciación es la de que mensualmente en Acapulco el usuario gasta decenas de millones de pesos por ser transportado hacia su trabajo, hacia el mercado, al cine, a la casa de los familiares, a la escuela, hacia el enamorado .

Este dinero se reparte entre un puñado de concesionarios de transporte urbano, lo cual es un factor que los hace sumamente poderosos a nivel local: ellos siempre tienen liquidez cuando nadie mas en la ciudad la tiene. Los empresarios directamente dependientes del turismo se hacen cruces para que venga una buena temporada y entonces salir de sus compromisos económicos, para a continuación taparse la nariz y echarse un “bucito” y tratar de llegar a la siguiente temporada. Los transportistas están entonces en una coyuntura fenomenal, por lo necesario del servicio, para tener y ejercer poder. Y así lo hacen. Lanzan sus unidades de recolección de dinero –comúnmente llamadas “camiones urbanos”- y proporcionan un servicio de pésima calidad, de alto riesgo para el usuario-peatón y al ocurrir una tragedia como la del niño de nuestro relato, protegen, solapan, corrompen a quien sea –recordemos el asunto de la liquidez- y salen del paso para reintegrar la unidades de recolección de dinero a laborar y seguir como si nada hubiera pasado. Debido a todo esto, una persona muy importante, al igual que cualquiera de nosotros, estaba por ser afectada. Danielito, sin saberlo, vivía sus últimos meses en la tierra.

Daniel asistía a la escuela primaria Tierra y Libertad de la misma colonia en la que vivía; le quedaba casi enfrente de su casa. Ahí cursaba el tercer grado con calificaciones tan notables que el niño tenía una beca para financiar parcialmente sus estudios. En el recreo practicaba el futbol con resultados que le hacían soñar con llegar a ser un profesional. Su último gol lo metió para hacer ganar a su equipo apenas unos días antes de su “accidente.” Un pase oportuno, un descuido de la defensa, un portero congelado y un tiro impulsado por su piernita de 8 años de edad perforó la portería y anotó el tanto deseado. No es difícil imaginar la chiquillería vitoreando la anotación y al niño elevándose por las nubes sintiéndose que fue él quien marcó el gol. La alegría sacudió su delgado y moreno cuerpecito y le hizo ser el mejor del planeta durante unos preciosos minutos.

Al regreso del recreo, después de torturar a su maestra con su parloteo de chiquillos después del receso, se dispuso a seguir diligentemente las lecciones que le impartían con el propósito de cambiar, mediante la educación, sus expectativas de vida que hasta ahora no habían sido muy halagadoras desde el punto de vista económico. Ese era el deseo de su madre Natividad, de sus familiares y el de él mismo, que, ya una vez repuesto de la emoción del futbol, en realidad quería ser bombero. Sin embargo, el destino preparaba algo diferente. Danielito no lo sabía, pero estaba viviendo sus últimas semanas en la Tierra.

Era muy apegado a su mamá, al grado de que apenas supo hacer uso del teléfono le llamaba hasta tres veces al día a su trabajo, siempre preocupado por ella. Su papá es una sombra que nunca hizo falta, pues la familia es tan unida que compensaba sin grandes problemas esa ausencia. La abuela y las tías le cuidaban por las tardes en lo que Natividad laboraba diligentemente en una de las mejores librerías del puerto. Ahí a veces se podía ver a Danielito, de figura finita, hojeando bellos libros con marcada preferencia por los de dinosaurios, preguntando de todo a todo el mundo, abriéndose paso por la vida con una luminosa sonrisa, dibujando con crayolas en hojas de papel para reciclar. Su tema mas recurrente era, paradojicamente, los camiones. Incluso dibujó uno tan grande que tuvo que conseguir una pieza de papel el doble de tamaño de lo normal. En el costado del camión urbano le dibujó un diseño de color rojo y azul que de manera escalofriante se parece mucho al del camión que lo asesinó. Y no lo dibujó en rosa porque la cajita de colores que usaba no tenía ese color. Irónicamente también, uno de sus grandes deseos era comprar un camión urbano y ponerle el nombre –qué otro podía ser- de su mamá.

Maribel, como buena madre, compartía las tareas de cuidado infantil de su compañera de trabajo estando siempre al pendiente de Danielito mientras estaba en la librería. Y muy a la manera de la gente de nuestra tierra, hacía planes para “emparentar” mediante un supuesto futuro enlace con su hija Paulina, más o menos de la edad de Daniel. Total, es plática.. Otra amiga, Guadalupe, le había puesto el mote cariñoso de “Daniel el travieso” para calificar su ánimo siempre dispuesto y su capacidad para asombrarse de todo. Era, a su corta edad, luz de muchos. El luto en la librería es denso, es auténtico, es doloroso.

Jugaba y ayudaba en el almacén de libros con sus amigos Pedro y Francisco. Rodeado del aroma de papel nuevo, les preguntaba que por qué acomodaban los libros de cinco en cinco. Cuando le respondieron que era para contarlos más fácilmente, el niño se puso a continuación a hacer pilas de a cinco libros para terminar rápido con los inventarios. A veces, en lo descansos para la comida, había ocasión para echar una cascarita relajante en el estacionamiento y convivir con él. Danielito ni por casualidad se imaginaba que estaba viviendo sus últimos días en la Tierra.

El día marcado como parteaguas para esta familia comenzó como un domingo completamente normal . Dejando a una parte de la parentela todavía en cama, se levantó muy temprano y acompañó, como todos los fines de semana, a su mamá a hacer la compra del mercado. Era una manera de convivir con ella, y por tanto, la disfrutaba. Pollo, frutas, carne, verduras, lo suficiente para mantener bien alimentada a una familia durante una semana. Daniel tomaba la mano de su mamá a ratos, le preguntaba, le platicaba. Ese día era toda para él y no perdía oportunidad para comprobarlo y hacérselo saber a ella. Y caminando feliz entre los charcos inmundos de uno de los insalubres mercados de Acapulco, el niño se acercaba a cumplir con su destino. Danielito no estaba enterado, pero vivía sus últimas horas en la Tierra.

De esa manera inescrutable con la que a veces se presenta de golpe el destino, al niño se le antojó llevar de almuerzo un pollo asado del restaurante La Fogata, que está justo atrás de la Comercial Mexicana de Las Hamacas. La despensa ya estaba hecha, así que solo quedaba abordar el camión para regresar a la Santa Cecilia a pasar un domingo más compartiendo un soporífero descanso bien ganado. En vez de eso se dispusieron a cruzar la calle para tomar un camión e ir a comprar el malhadado pollo y hacer aún más familiar el fin de semana familiar. Danielito estaba viviendo sus últimos minutos en la Tierra.

Un camión de la ruta Hospital-Caleta , para variar, venía subiendo velozmente la avenida para ganarle el pasaje a otro que se había rezagado. En su prisa calculó mal la posición de Natividad y Daniel que venían cruzando la avenida a la altura de la Unidad Mixta de Atención al Narcomenudeo –con policías adentro, me imagino- y golpeó a la mujer en la cadera y la pierna, arrojándola con violencia fuera de su camino. Hasta ahí todo había sido un no muy justificable y lamentable accidente.

Danielito vivía sus últimos segundos. El niño se agachó rápidamente y sin medir consecuencias ni reparar en la maldad pre-determinada del chofer para no dejar sobrevivientes, se abalanzó para tratar, con sus pobres fuerzas, de ayudar a sus mamá a levantarse del suelo y ponerla a salvo del tráfico. El chofer, muchacho diestro en el manejo del camión a gran velocidad y en espacios reducidos, maniobró para echarse hacia atrás y rematar a Natividad. Antes que eso, Danielito quedó en el camino y lo último que el niño vio fue el pavimento recalentado de la calle y una llanta descomunal rodando sobre él. El mundo se apagó en una fracción de segundo.

Dos semanas después de la tragedia, en la unidad hospitalaria en la que se encuentra internada Natividad se presenta la propietaria de la unidad quemada por la indignación de la gente ante la impunidad con la que se ha manejado este asunto. Quiere que le devuelvan su camión. Felicita cínicamente a Natividad por su cobertura del Seguro Social, porque se autoconfiesa que ella no hubiera pagado –y en la práctica casi lo ha cumplido - ningún gasto ocasionado por el mal manejo de su unidad. Es toda una empresaria voraz y sin sentimientos; me inclino a pensar que no es la viejecita indefensa que nos presentó en su momento la prensa como “afectada” por este evento negro.

Como dice un amigo abogado, pueden hacer esto ahora porque han antes han podido hacerlo, pero… ¿podrán volvera a hacerlo?

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