-¡Ya, despierta…- me sacudió mi coordinador con rudeza -, ya son las 3 de la mañana!
Me desperté adolorido, después de una noche de vueltas sin dormir, con la exageración de calor que ahora es la norma en todo el planeta, y con la boca seca. Si… seca. Igual que el mundo que me esperaba afuera del refugio subterráneo.
-Te toca…no te hagas. Tienes que volver antes de dos horas….no has completado tu cuota de “Ella”.
Era tan escasa, tan preciada, tan afanosamente buscada y tan dificultosamente conseguida que no se atrevía uno siquiera a llamarla por su nombre: era el Agua.
Mi aprendiz me ayudó a ponerme el engorroso traje concentrador, lleno de conductos y mangueras que recuperaban la humedad de mi respiración, sudor, excremento y orina para después de filtrada guardarla en un pequeño recipiente de medio litro cuyo contenido en la actualidad llegaba a costar más que lo que antaño costaba una “casa”, que según nos platica nuestro tutor de historia antigua, eran receptáculos en los que vivían nuestros antepasados en la superficie.
Tan grandes como una de nuestras mayores cuevas, construídas con mezclas de polvos de roca que la incluían a Ella y -aunque muchos de nosotros no lo creemos- con tubos de metal o plástico en su interior que permitían que saliera continuamente y que la gente se limpiara con Ella hasta 3 veces al día, lavara sus trastos, sus vehículos motorizados y muchas otras cosas más para después dejarla correr libre por la superficie del suelo –¿lo pueden imaginar..?- hasta el “Mar”, lugar mítico a donde se creía que se reunía toda el agua del mundo después de que la usaba la gente, de un bello color azul, inmenso, tan grande que se podían mover casas flotantes en él con miles de personas encima de ellas.
Conforme me acerco a la superficie el calor se empieza a hacer cada vez mayor: 40, 50 60 grados centígrados…. Tenemos informes de que ayer la temperatura llegó casi a 130 grados, y aún no llega el verano. Veo otros rostros; ojerosos, delgados, resecos - así debo verme yo- nerviosos por salir a la superficie.
La semana pasada no regresaron dos de los nuestros, y ni siquiera se pudo rescatar el depósito de Ella que llevaban consigo, asunto que se convierte en consigna principal cuando el compañero de al lado es abatido; solo sus trajes, con sus cuerpos rígidos y totalmente secos, fueron recuperados. Sus familias tendrán que trabajar lo que les reste de vida para pagar la multa por el agua que se perdió con su muerte, pues la Autoridad del Agua castiga severamente cualquier pérdida de Ella. Hasta con la muerte.
Aún recordamos el caso de la esposa de nuestro amado Gran Líder, que en un ataque de algo que sólo pudo ser locura, se atrevió a lavarse con un cuarto de litro de agua y una bolsita de shampoo comprado en una subasta de reliquias de la Época del Agua Abundante, su cabello largo y reseco. La Autoridad del Agua la condenó a pagar con su vida, más bien con su agua, su violación irracional a la ley.
Se extrajo cada gota de agua de sus fluidos corporales para recuperar la que con su superficialidad había desperdiciado, en una lección de disciplina que hasta ahora no hemos olvidado. Nuestro líder, apenado, hubo de buscar una nueva pareja, aunque resultó raro para muchos de nosotros que la escogiera tan joven.
Busco entre la multitud de cascos y distingo el de color blanco con franjas rojas y verdes de nuestro sargento; una calcomania despostillada de un águila – animal mítico que podia volar- separa ambos colores. Me mira por un instante y veo en sus ojos la mirada vacilante de la desesperación.
-Atención, escuadrón de ratas-canguros– nos atronó su voz por los auriculares de los cascos - Nuestra misión consistirá, como siempre, en perforar la cubierta de concreto del Acuífero Río Tijuana y extraer cuanta agua podamos cargar con nosotros. Cada uno de ustedes –se volteó en redondo para asegurarse de ver a los ojos de todos- debe regresar con por lo menos 100 mililitros que serán abonados a su cuota catorcenal de contribución comunitaria. Regresar con menos que eso los podría exponer a que se completara con agua extraída de su propio cuerpo, y aquel que lo haga por tercera ocasión en menos de 14 días, será condenado a la Extracción Total, aparte de una fuerte multa a sus familias. Por otro lado, si la cuota llega a 500 mililitros, tendrán 1 mes de descanso. Si llegan a un litro…– nos miramos unos a otros, sabiendo de esa imposibilidad- nunca más tendrá que salir a la superficie.
Una vez oída la letanía con la que se nos aleccionaban cada vez que salíamos al exterior, nos introdujimos en la cámara de compensación que nos separaba del moderno seol. La compuerta se cerró y los compresores se forzaron al vaciar el aire para recuperarlo, pues también el oxígeno es escaso en la superficie. Nos acercamos a la recalentada esclusa y ésta, con un silbido prolongado, se abrió para escupirnos a la superficie.
Una ráfaga de polvo y setenta grados centígrados arremetieron contra las viseras de nuestros cascos. Aún hace frío y es posible que nos desplacemos de nuestro refugio a la línea. Nos movilizamos rápida y torpemente con nuestros trajes que nos dan el aspecto de muñecos hinchados, arrastrando tras de nosotros los taladros neumáticos que nos ayudarán a hacer mas rápida nuestra labor de perforación.
Los vigías continuamente otean el horizonte con sus binoculares para detectar la llegada de los “Ratonzotes” –como llamamos, con una mezcla de familiaridad y temor, a los Guardianes del Acuífero- pues últimamente se han convertido en un peligro máximo. Ya no se contentan con arrollarnos con sus vehículos blindados. Ahora también recuperan el agua de nuestros cuerpos usando la Extracción Total. Sus vehículos nos cazan, pelan brutalmente nuestros trajes concentradores y extraen por un método para nosotros desconocido toda el agua contenida en nuestras células en menos de tres segundos, arrojando tras de sí una cáscara momificada de lo que fuera un cuerpo humano, un hermano de nosotros, un……un recipiente vacío de Ella.
Una hora...una hora quince…parece que estamos de suerte. La perforación avanza rápido y estamos a menos de medio metro de empezar a sacar el agua. El sol comienza a asomar con un extraño fulgor difuso por el horizonte, manchando de claridad el paño plomizo que es la noche que se extingue.
Lenta, muy lentamente se empieza a distinguir un rumor diferente al zumbido del taladro neumático. Es un rumor sordo, profundo, característico… Súbitamente, saliendo de la nada, reflejando el primer rayo de sol en su bruñida superficie, un Ratonzote brinca de una duna cercana y cae chirriando sus orugas de metal casi en medio de nuestro grupo. Corremos despavoridos pero ya el aparato infernal ha capturado a uno de nosotros, el aprendiz que no supo para dónde correr. Con movimientos relampagueantes que quebraron su joven tórax, las pinzas aceradas del Ratonzote lo introducen en su cuerpo de metal y vidrio y segundos después escupe por su parte trasera una carcasa seca y obscura. El terror nos congela a la vista de nuestro destino inmediato. Otros Ratonzotes nos rodean y nos cortan el paso.
Un rata-canguro más cae y es engullido con glotonería por una máquina para de inmediato buscar otro. Unos brazos se cierran alrededor del compañero que tengo al lado cuando fallan un intento por atraparme y veo el terror del sargento al saberse perdido. Le arranco su depósito de agua justo antes de que sea aventado al interior y ruedo por debajo de las orugas de metal con la rapidez y exactitud de movimientos que otorga el miedo cuando se busca salvar la vida.
Después corro, corro y corro con desesperación al refugio. Los Ratonzotes tardan unos segundos en darse cuenta que falta uno, y apenas lo hacen, dos de ellos se lanzan haciendo rugir sus maquinas de biogás tras de mi rastro. El miedo me hace volar y alcanzo a brincar a la seguridad de uno de nuestros hoyos de topo antes de que me alcancen. Pero, con un grito que ya solo yo escuché, me golpeo la mano en la entrada y en cámara lenta me veo soltando el valiosísimo recipiente arrancado de mi ahora reseco y momificado sargento. La obscuridad acude veloz y me golpea con violencia el rostro.
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-Veo que te recuperas rápido, ratón…- bromea el médico cuando abro los ojos- Mejor que sea así.
- No creo que sea necesario informarte que no completaste tu cuota de 100 mililitros y que ya la hemos extraído de tu sangre – me informó con seriedad el médico mirándome por encima de sus gafas-. Es por eso que te sientes débil.
- Por cierto, te tengo un mensaje de la Autoridad del Agua…toma - me dijo mientras me dejaba un papel en el pecho y se alejaba para atender a otro paciente.
No había necesidad de que lo viera; sabía de qué se trataba. Era la segunda vez que no completaba mi cuota comunitaria. No habría una tercera.
Me desperté adolorido, después de una noche de vueltas sin dormir, con la exageración de calor que ahora es la norma en todo el planeta, y con la boca seca. Si… seca. Igual que el mundo que me esperaba afuera del refugio subterráneo.
-Te toca…no te hagas. Tienes que volver antes de dos horas….no has completado tu cuota de “Ella”.
Era tan escasa, tan preciada, tan afanosamente buscada y tan dificultosamente conseguida que no se atrevía uno siquiera a llamarla por su nombre: era el Agua.
Mi aprendiz me ayudó a ponerme el engorroso traje concentrador, lleno de conductos y mangueras que recuperaban la humedad de mi respiración, sudor, excremento y orina para después de filtrada guardarla en un pequeño recipiente de medio litro cuyo contenido en la actualidad llegaba a costar más que lo que antaño costaba una “casa”, que según nos platica nuestro tutor de historia antigua, eran receptáculos en los que vivían nuestros antepasados en la superficie.
Tan grandes como una de nuestras mayores cuevas, construídas con mezclas de polvos de roca que la incluían a Ella y -aunque muchos de nosotros no lo creemos- con tubos de metal o plástico en su interior que permitían que saliera continuamente y que la gente se limpiara con Ella hasta 3 veces al día, lavara sus trastos, sus vehículos motorizados y muchas otras cosas más para después dejarla correr libre por la superficie del suelo –¿lo pueden imaginar..?- hasta el “Mar”, lugar mítico a donde se creía que se reunía toda el agua del mundo después de que la usaba la gente, de un bello color azul, inmenso, tan grande que se podían mover casas flotantes en él con miles de personas encima de ellas.
Conforme me acerco a la superficie el calor se empieza a hacer cada vez mayor: 40, 50 60 grados centígrados…. Tenemos informes de que ayer la temperatura llegó casi a 130 grados, y aún no llega el verano. Veo otros rostros; ojerosos, delgados, resecos - así debo verme yo- nerviosos por salir a la superficie.
La semana pasada no regresaron dos de los nuestros, y ni siquiera se pudo rescatar el depósito de Ella que llevaban consigo, asunto que se convierte en consigna principal cuando el compañero de al lado es abatido; solo sus trajes, con sus cuerpos rígidos y totalmente secos, fueron recuperados. Sus familias tendrán que trabajar lo que les reste de vida para pagar la multa por el agua que se perdió con su muerte, pues la Autoridad del Agua castiga severamente cualquier pérdida de Ella. Hasta con la muerte.
Aún recordamos el caso de la esposa de nuestro amado Gran Líder, que en un ataque de algo que sólo pudo ser locura, se atrevió a lavarse con un cuarto de litro de agua y una bolsita de shampoo comprado en una subasta de reliquias de la Época del Agua Abundante, su cabello largo y reseco. La Autoridad del Agua la condenó a pagar con su vida, más bien con su agua, su violación irracional a la ley.
Se extrajo cada gota de agua de sus fluidos corporales para recuperar la que con su superficialidad había desperdiciado, en una lección de disciplina que hasta ahora no hemos olvidado. Nuestro líder, apenado, hubo de buscar una nueva pareja, aunque resultó raro para muchos de nosotros que la escogiera tan joven.
Busco entre la multitud de cascos y distingo el de color blanco con franjas rojas y verdes de nuestro sargento; una calcomania despostillada de un águila – animal mítico que podia volar- separa ambos colores. Me mira por un instante y veo en sus ojos la mirada vacilante de la desesperación.
-Atención, escuadrón de ratas-canguros– nos atronó su voz por los auriculares de los cascos - Nuestra misión consistirá, como siempre, en perforar la cubierta de concreto del Acuífero Río Tijuana y extraer cuanta agua podamos cargar con nosotros. Cada uno de ustedes –se volteó en redondo para asegurarse de ver a los ojos de todos- debe regresar con por lo menos 100 mililitros que serán abonados a su cuota catorcenal de contribución comunitaria. Regresar con menos que eso los podría exponer a que se completara con agua extraída de su propio cuerpo, y aquel que lo haga por tercera ocasión en menos de 14 días, será condenado a la Extracción Total, aparte de una fuerte multa a sus familias. Por otro lado, si la cuota llega a 500 mililitros, tendrán 1 mes de descanso. Si llegan a un litro…– nos miramos unos a otros, sabiendo de esa imposibilidad- nunca más tendrá que salir a la superficie.
Una vez oída la letanía con la que se nos aleccionaban cada vez que salíamos al exterior, nos introdujimos en la cámara de compensación que nos separaba del moderno seol. La compuerta se cerró y los compresores se forzaron al vaciar el aire para recuperarlo, pues también el oxígeno es escaso en la superficie. Nos acercamos a la recalentada esclusa y ésta, con un silbido prolongado, se abrió para escupirnos a la superficie.
Una ráfaga de polvo y setenta grados centígrados arremetieron contra las viseras de nuestros cascos. Aún hace frío y es posible que nos desplacemos de nuestro refugio a la línea. Nos movilizamos rápida y torpemente con nuestros trajes que nos dan el aspecto de muñecos hinchados, arrastrando tras de nosotros los taladros neumáticos que nos ayudarán a hacer mas rápida nuestra labor de perforación.
Los vigías continuamente otean el horizonte con sus binoculares para detectar la llegada de los “Ratonzotes” –como llamamos, con una mezcla de familiaridad y temor, a los Guardianes del Acuífero- pues últimamente se han convertido en un peligro máximo. Ya no se contentan con arrollarnos con sus vehículos blindados. Ahora también recuperan el agua de nuestros cuerpos usando la Extracción Total. Sus vehículos nos cazan, pelan brutalmente nuestros trajes concentradores y extraen por un método para nosotros desconocido toda el agua contenida en nuestras células en menos de tres segundos, arrojando tras de sí una cáscara momificada de lo que fuera un cuerpo humano, un hermano de nosotros, un……un recipiente vacío de Ella.
Una hora...una hora quince…parece que estamos de suerte. La perforación avanza rápido y estamos a menos de medio metro de empezar a sacar el agua. El sol comienza a asomar con un extraño fulgor difuso por el horizonte, manchando de claridad el paño plomizo que es la noche que se extingue.
Lenta, muy lentamente se empieza a distinguir un rumor diferente al zumbido del taladro neumático. Es un rumor sordo, profundo, característico… Súbitamente, saliendo de la nada, reflejando el primer rayo de sol en su bruñida superficie, un Ratonzote brinca de una duna cercana y cae chirriando sus orugas de metal casi en medio de nuestro grupo. Corremos despavoridos pero ya el aparato infernal ha capturado a uno de nosotros, el aprendiz que no supo para dónde correr. Con movimientos relampagueantes que quebraron su joven tórax, las pinzas aceradas del Ratonzote lo introducen en su cuerpo de metal y vidrio y segundos después escupe por su parte trasera una carcasa seca y obscura. El terror nos congela a la vista de nuestro destino inmediato. Otros Ratonzotes nos rodean y nos cortan el paso.
Un rata-canguro más cae y es engullido con glotonería por una máquina para de inmediato buscar otro. Unos brazos se cierran alrededor del compañero que tengo al lado cuando fallan un intento por atraparme y veo el terror del sargento al saberse perdido. Le arranco su depósito de agua justo antes de que sea aventado al interior y ruedo por debajo de las orugas de metal con la rapidez y exactitud de movimientos que otorga el miedo cuando se busca salvar la vida.
Después corro, corro y corro con desesperación al refugio. Los Ratonzotes tardan unos segundos en darse cuenta que falta uno, y apenas lo hacen, dos de ellos se lanzan haciendo rugir sus maquinas de biogás tras de mi rastro. El miedo me hace volar y alcanzo a brincar a la seguridad de uno de nuestros hoyos de topo antes de que me alcancen. Pero, con un grito que ya solo yo escuché, me golpeo la mano en la entrada y en cámara lenta me veo soltando el valiosísimo recipiente arrancado de mi ahora reseco y momificado sargento. La obscuridad acude veloz y me golpea con violencia el rostro.
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-Veo que te recuperas rápido, ratón…- bromea el médico cuando abro los ojos- Mejor que sea así.
- No creo que sea necesario informarte que no completaste tu cuota de 100 mililitros y que ya la hemos extraído de tu sangre – me informó con seriedad el médico mirándome por encima de sus gafas-. Es por eso que te sientes débil.
- Por cierto, te tengo un mensaje de la Autoridad del Agua…toma - me dijo mientras me dejaba un papel en el pecho y se alejaba para atender a otro paciente.
No había necesidad de que lo viera; sabía de qué se trataba. Era la segunda vez que no completaba mi cuota comunitaria. No habría una tercera.
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